martes, 20 de diciembre de 2011

Oficio de tinieblas


Cranach el viejo. Campesino y prostituta (1525-150)

Quisiera pensar que algún día, cuando abra cualquier periódico, faltarán por fin entre sus hojas esas páginas de anuncios "clasificados por palabras" dirigidos a hombres que compran cuerpos de mujer. Me gustaría que el espectáculo de la carne en la calle -chicas en pleno invierno, tiritando con minivestidos, y sufriendo el castigo de los tacones en sus pies y sus espaldas- cerrase algún año para siempre, por "eternas vacaciones", o, mucho mejor aún, por "falta de clientela".

La sociedad no podría por menos que sentirse estremecida si por un momento se detuviese a escuchar las voces de todas estas mujeres que, seguramente, no han tenido muchas más opciones en sus durísimas vidas que vender la dignidad al mejor postor, sometiéndola muchas veces a un trato que ha dejado de dolerles porque se han acostumbrado a ignorarse a sí mismas, o no han tenido tiempo nunca para escuchar el grito de dolor de su voz interna.

Pasamos impasibles las páginas de anuncios en los que se venden personas por horas. Nadie prohíbe esas páginas en los diarios, ni nos sentimos ofendidos porque las empresas de Comunicación se sigan financiando, de alguna manera, por estos medios. También hemos dejado de conmovernos ante la devastadora imagen de una mujer que ofrece su cuerpo en la cuneta más sucia de cualquier carretera, sentada en una silla de plástico (la última noticia al respecto es que han sido obligadas a llevar chalecos reflectores sobre sus uniformes sexies para evitar accidentes -¿cuántas de ellas habrán sido atropelladas antes de que alguien decidiera promulgar esta normativa?).

La ley del mercado es matemática: no habría oferta si no hubiese demanda. Desde estas líneas me gustaría plantear cuáles son los motivos que han llevado a la condición masculina, a lo largo de todos los tiempos, a usar el cuerpo de la mujer como si se tratase de una mercancía: saciar sus instintos primarios, someter a otro ser humano por unos instantes, pagar por lo que consideran un objeto de lujo, alardear ante los demás de una costumbre que no tiene nada de honorable (ni creo que pruebe la hombría de nadie), engrosar una lista de diversiones frívolas, o paliar un rato de soledad con una opción desacertada para tal fin...

Pienso en la mirada triste y aterrorizada de algunas chicas de la calle que han logrado escapar del infierno, y en lo novelesco -aunque tan real- de las historias de sus vidas: víctimas de redes de trata, obligadas a tomar drogas, a no dormir, a no comer, a trabajar a destajo, a pasar frío, a exponerse a enfermedades, a cambiar de país, a olvidar a sus familias. Observo cada día en las calles y carreteras de cualquier ciudad a tantas otras que no han podido librarse de su destino, o que la ignorancia, el miedo, o la debilidad, han hecho de ellas las esclavas perfectas para una sociedad desprovista de empatía, de ética, de compasión, de solidaridad.

¿Aportaría alguna solución fomentar campañas de sensibilización en la población adulta masculina? ¿la eficacia de una idea semejante pasaría por desarrollar esas campañas ya desde los años escolares? ¿a cuántos de nosotros, adultos, se nos ha ablandado la sensibilidad, en el último año, cuando nos hemos topado ante los ojos con las páginas de anuncios clasificados de un diario?

http://prostitucion-visionobjetiva.blogspot.com