jueves, 23 de agosto de 2012

Saludo al Mare nostrum



Sirena. Escultura de Pere Jou 

El mar es un monstruo misterioso que no cesa en su vaivén. Algunos días, manso y seductor, brilla muy azul en destellos que son un imán para las almas. Cuando sopla el viento, las olas se tornan leviatanes, se enfurecen en gotas y en espuma, arrojan su violencia alardeando ante las rocas,  los cielos y  la arena, mientras proclaman que no querrán presencias que destruirían como pequeños juguetes.

Quienes hemos nacido tierra adentro, nunca los acostumbramos a la visión poética y grandilocuente de la hermosa masa azul, caprichosa en su devenir, imprevisible, seductora. Contemplé el mar por primera vez cuando tenía 13 años. No sé qué debe de sentir un bebé al que le llevan a estrenar el mar: mira y siente, y probablemente luego no recuerda. Yo sí tengo un recuerdo hermoso del primer mar que vi, el Mediterráneo, el mismo mar que la civilización romana llamó Mare Nostrum tras su demoledora conquista en las Guerras Púnicas con Cartago.

Mi primera visión de aquel universo con olor a yodo me transportó al interior de las postales suyas que había mirado desde niña. Sin embargo, en ese mi primer encuentro, el mar de las fotos cobraba vida: sonaba, olía, mojaba, acariciaba y abrazaba. Las noches siguientes, cuando retorné a mi ciudad sin mar, seguía despertándome con la dulce sensación de que era mecida por las olas.

De adulta, la vida me ha regalado una existencia cercana al mar,  que veo y admiro siempre que deseo. Dialogo en silencio con sus rumores muchas mañanas, y me cuenta secretos de vientos muy lejanos, de peces increíbles, de marinos errantes, de estrellas y planetas compañeros que tienen un reflejo vivo en infinitos seres abisales. Algunos días, me trae algas, conchas, piedrecillas y regalos. Otros, enfurecido, tan sólo quiere ser contemplado a distancia, descargar su enfado, acaso su llanto, una cólera antigua que azuza las costas.

Sin conocer apenas otros mares, el Mediterráneo es mi experiencia del agua. De la sal y los rumores no desvelados. De la poesía que ponen al descubierto los días del calendario cuando el agua se hermana con el alma del paseante silencioso cada mañana.