viernes, 3 de junio de 2011

Leonora cumple su sueño




La muerte de la pintora Leonora Carrington, pocas semanas después de haber cumplido 94 años, es una triste ocasión para rendir homenaje a las mujeres artistas que, por su condición, lucharon en épocas difíciles para reivindicarse a sí mismas y para seguir creando, a pesar de las circunstancias.



Decía Leonora Carrington que, muchas veces, los personajes subían solos a los cuadros. No parece difícil para alguien cuyos sueños suben directamente a cada uno de sus actos cotidianos. Recién fallecida la pintora (Inglaterra, 6 de abril de 1917 - Nuevo México, 25 de mayo de 2011), cabe preguntarse dónde irá el movimiento Surrealista ya sin ella, su última representante.

La pintora no se preguntaba por el destino de su obra, cumplida la finalidad de servir de expresión para sus sueños. Sin embargo, en los últimos años, una pregunta que frecuentemente rondaba por su interior no era otra que la que todos los humanos nos planteamos alguna vez en la vida : ¿qué pasará después de la muerte?. “Es lo que más me gustaría conocer. Los sueños son lugares y la muerte, también. Cada ser humano se convierte en una personalidad diferente al dormir, y lo mismo sucede al morir. Son lugares en los que la tercera dimensión desaparece, de la misma forma que se evapora el consciente”.

La biografía de Leonora es intensa como sus cuadros y sus sueños: personajes oníricos, formas inesperadas, combinación de color y misterio que ofrece al espectador un enigma en cada obra, traducción al lienzo de una personalidad genial y excéntrica, atraída por la mitología celta, el ocultismo y la época del Renacimiento.

A Leonora se le conocieron varias patrias y varios amores. No era sencilla la vida para una mujer de sus características en las primeras décadas del siglo XX. Fue Marx Ernst –amante y amigo- quien la introdujo en el movimiento surrealista. De la mano de André Bretón, Picasso y Dalí creció en ideario y estética, mientras vivía una feliz etapa en Francia, que terminó tristemente truncada por el arresto de Marx Ernst en 1939, por motivos políticos.

El dolor de perder Marx la trajo a España, por orden de su propio padre, para quedar ingresada por una supuesta desestabilización psicológica en un hospital psiquiátrico de Santander, etapa que dejó una marca imborrable en sí misma y en su obra pictórica, y que plasmó también en una curiosa vertiente literaria (autora de novelas, cuentos y unas memorias tituladas En bas - Memorias de abajo- que relatan su experiencia en el sanatorio).

Mujer inteligente y fuerte, logró finalmente escapar del frenopático, y llegar a Lisboa, donde su amigo Renato Leduc le ayudó a emigrar a México, donde ha pasado el resto de sus años, manteniendo estrechos lazos con amigos y colegas artistas, creando su propia familia, y, sobre todo, pintando: “La pintura es como un centro donde todos los lugares invisibles de la mente se vuelven visibles. Sólo pinto cuando siento energía, pero continúo viviendo cada día por y para mi trabajo. Pintar es para mí un oficio artesanal, como el de los carpinteros que usan las manos y el cuerpo para crear una visión. Es algo artesanal y ese procedimiento está desapareciendo. Los surrealistas eran muy buenos en ese sentido. Picasso, que venía a visitarnos a Max y a mí, era ante todo un gran artesano”.

Después de todo lo aprendido a lo largo de su vida, Carrington decía en una entrevista, a sus 88 años, que seguía creyendo en el ser humano, aun cuando no le gustaba hacer una distinción entre humanos y animales: “ Tenemos un alma humana, pero también de animal. No creo que los seres humanos sean una raza muy divertida. Se está creando un mundo horrible, lleno de guerras absurdas, odios feroces e injusticias. Todo ello habla de la calidad de los animales humanos. Estoy convencida de que la raza humana no es superior a la de otros animales. Creo que el mundo animal es universal, pero su potencial no ha sido explorado”.

A pesar de su edad avanzada, en los últimos tiempos, Leonora no paró de crear, aunque a veces necesitase ayuda para llevar a cabo grandes esculturas. Esa inquietud artística fue seguramente la que la mantuvo en plenas facultades hasta el final.

Temino esta entrada con unas palabras de su biógrafa, Elena Poniatowska: “Leonora nunca sacrificó su ser verdadero a lo que la sociedad convencional esperaba de ella, nunca aceptó el molde en el que nos cuelan a todos, nunca dejó de ser ella, escogió vivir en un estado creativo que hoy nos exalta y nos llena de admiración, defendió su talento desde la madrugada hasta el anochecer, primero contra su padre y después contra una clase social que pretendía imponerle leyes estrictas, las mismas que han impedido el florecimiento y la creatividad de hombres y mujeres de talento que finalmente se rinden y regresan al conformismo. Leonora Carrington nunca cedió, jamás le importaron las apariencias, nunca guardó la fachada, vivió para pintar y para sus hijos -Gaby, filósofo y poeta, Pablo, pintor y médico con quienes tuvo una relación entrañable, la más cercana que pueda darse entre una madre y sus hijos-. El único fin de su vida fue defender su vocación de pintora y escribir textos.

¿Fue feliz Leonora? Quién sabe. ¿Somos felices nosotros? Ustedes dirán. Alguna vez, Leonora declaró que no tenía nombre para la felicidad pero si lo tuvo para la rebeldía”.