domingo, 16 de diciembre de 2012

El lado constructivo de Egon Schiele


Los autorretratos contorsionados, las anatomías famélicas, los desnudos  en actitudes obscenas, el desgarro del alma humana traducido a cuerpo físico son los rasgos que identifican la pintura de Egon Schielle, pintor austriaco que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX. Famoso sobre todo por sus desinhibidos retratos desnudos incluso de adolescentes y niños, y comentado en vida por su extravagante manera de vestir y de peinarse, pocos son los que recuerdan a Egon por su excelencia como pintor de arquitecturas y paisajes.

Seguramente sin saberlo, y como la mayoría de los buenos pintores, Egon supo hacer una disección del alma humana a través de sus pinceles, pero también deconstruyó el paisaje de una bella manera, atreviéndose a romper con las normas académicas hasta entonces establecidas. Por algo fue iniciador, junto con Klimt y  Kokoschka, de la corriente de Expresionismo Austriaco.
Igual que en sus retratos de personas, Egon deforma la realidad cuando trabaja el paisaje, para interpretarla desde su punto de vista, de hecho, él mismo confiesa que en muchas ocasiones prefiere pintar "de memoria" que colocándose frente al modelo. De esta manera son la intuición y el psiquismo del artista quienes guían sus manos a la hora de llevar los pinceles al papel o al lienzo. En el caso de Egon, debido a sus profundas carencias económicas, la mayoría de los soportes de su obra son papeles de no muy buena calidad.



Los paisajes de Egon tienen algo de místico, pero también de modernidad vanguardista. Su condición figurativa le aleja sin embargo de la literalidad de lo observado, y a través de la línea del dibujo severamente remarcada y un atrevido (y sorprendente para la época) uso del color, Schielle construye ciudades llenas de ritmo: pueblos que abrazan a los árboles, o árboles que acarician a las casas, tal y como muchos de sus personajes en la temática humana se abrazan, se acarician o se tocan.


En otros casos hay un orden y equilibrio perfectos, dentro del movimiento. Egon Schielle pintaba con la intención de dominar sus propios fantasmas personales en cada cuadro: la miseria, la muerte, el hambre, la enfermedad, la injusticia.  En definitiva, su pretensión estética tenía mucho que ver con la de construir también -igual que se trabaja la composición de un tema- la propia configuración de la armonía interna que busca el alma de un esteta, la explicación a la inexplicable turbulencia histórica y social que le tocó vivir y padecer en sus cortos pero fructíferos 28 años de existencia.