lunes, 2 de mayo de 2011

Dos películas para no perderse (ni perdérselas)


Fotograma de la película "En un mundo mejor", de Susanne Bier.


Sendos vehículos cargados de hombres armados hasta los dientes se acercan a dos dispensarios médicos. El uno, en un campo de refugiados de un lugar indeterminado de África. El otro, en Tibhirine (Argelia). En ambas escenas, de los jeeps emergen los líderes del terror, exigiendo en un caso una cura de urgencia para su jefe y, en el otro, un saqueo de medicinas. En ambos lugares, el médico encargado, mira a los ojos al terrorista, y no se arredra. Simplemente, pronuncia una una frase parecida a “En esta casa que yo habito no entran armas”. A partir de aquí, cualquier posibilidad de negociación queda cerrada si los respectivos jefes terroristas no ordenan ipso facto la retirada de sus hombres armados.

Estas dos escenas pertenecen a dos películas ambientadas en contextos muy diferentes, pero con un momento común de máxima tensión, en el que los protagonistas, ante una situación similar de amenaza y terror, sacan la cara valiente y honrosa de la condición humana y se redimen con una respuesta universal de pacifismo.

“En un mundo mejor”, de la directora danesa Susanne Bier, cuenta la historia de Anton, un médico que divide su tiempo entre largas estancias de trabajo en un campamento africano y una pequeña ciudad idílica en Dinamarca, donde reside su familia. De hecho, su hijo mayor, de diez años, está siendo víctima de acosos y burlas por parte de sus compañeros de colegio. Las injusticias de las que es testigo el protagonista en el campo de refugiados de África, perpetradas por un tirano que persigue cruelmente a jóvenes embarazadas para someterlas a carnicerías, se trasladan con no menos hondura al panorama colegial de su niño; otra criatura que también, -por ser vulnerable, como lo es una mujer gestante- es acorralado verbalmente con ensañamiento por parte de pequeños tiranos que se creen más fuertes que él.
Anton invierte paciencia y esfuerzos, con los escasos medios, en operar y curar a las mujeres torturadas. Hasta que un día es el mismísimo verdugo quien llega a su campamento, acompañado de muchos hombres armados, en busca de tratamiento médico para sí. Entonces se produce el momento en que Anton le ordena retirar las armas, y haciendo gala de coraje y humanidad sin límites, se arremanga para intervenir quirúrgicamente al terrorista, sin tener en cuenta otra cosa que su deber moral de salvar a todo paciente que se ponga en sus manos.

La otra película con parecidas resonancias, aunque el tema tiene poco que ver, es el filme francés “De dioses y hombres”, de Xavier Beauvois. En este caso, lo que de verdad impacta es que el guión esté basado en hechos reales. Durante los años noventa, en un monasterio cisterciense de las montañas del Magreb, una comunidad de monjes franceses se dedica a tareas hortícolas, y a otras propias de la vida contemplativa, a la vez que uno de ellos, médico, atiende a los aldeanos en un pequeño dispensario anexo al edificio. Un día, irrumpe en el monasterio un comando terrorista, armados con metralletas, exigiendo que se les entreguen las medicinas. El abad, como el Anton del otro filme, sostiene la mirada de este otro verdugo, y le ordena retirar las armas, y así lo hacen por esa vez, con otra escena memorable en la que el terrorista y el monje recitan juntos unos salmos religiosos. Pasado ese momento, las amenazas reiteradas harán que la comunidad se cuestione su permanencia en el lugar. Tienen miedo. Pero finalmente toman la decisión de quedarse, entre otras cosas, porque moralmente no pueden romper sus ataduras con los habitantes del pueblo que atienden. La historia, de trágico final –en la realidad así lo fue- es otra descarnada muestra de cómo la no violencia y la solidaridad extremas pueden anidar en el corazón humano, igual que anida el mal extremo.

Somos una especie animal digna de estudio. Todas lo son. Pero, en el homo sapiens, sorprende la capacidad para ejecutar las mejores y las peores cosas. Estas dos películas muestran situaciones extremas en las que los seres humanos actúan con sentimientos de grandes dimensiones: si grande es la atrocidad y la violencia, grande es también la capacidad de respuesta amorosa y pacífica.
La otra cosa que queda por cuestionar después del visionado es en qué porcentaje de situaciones globales en la historia de la humanidad triunfa la Luz y en cuántas la Oscuridad.



Fotograma del filme "De dioses y hombres", de Xavier Beauvois.