jueves, 28 de abril de 2011

Ana María Matute , premio Cervantes 2011: inclinados ante la Reina Hada




Como una niña grande –grande; como un ser radiante de blanco se mostró -una vez más y como ella suele- Ana María Matute al pronunciar su discurso de agradecimiento por haber recibido, por fin, el Premio Cervantes, uno de los principales premios literarios de las letras hispanas, que avalan la trayectoria de toda una vida.

La mujer que es hoy reina de las letras españolas, y un hada toda de luz, dio las gracias no sólo por el premio, sino, sobre todo, por toda la felicidad que en el fondo le ha procurado una sacrificada vida de entrega a las letras.

Desde estas líneas me propongo aprovechar la ocasión de este felicísimo acontecimiento, y, como lectora empedernida de la obra de Matute, expresar también un sincero agradecimiento por tantos buenos momentos como me ha procurado su lectura a lo largo de todo el tiempo que he invertido con entusiasmo en degustar su prosa exquisita.

Ana María es una de los pocos artistas literarios que sabe pintar con las palabras. Sumergirse en su lectura es entrar, por momentos, en cuadros diferentes llenos de colores y paisajes, con aromas de bosque, de flores, de ropa recién lavada. Leer a Ana María es también encontrar consuelo, saber de dónde viene y a dónde va el sentimiento de la soledad, del desarraigo, de los eternos porqués que nacen en las almas de los niños. Cada personaje de las obras de Matute es un poco alguna parte de nosotros mismos, lectores. Y, contándonos como nos cuenta las vidas de todos ellos, pasamos por situaciones catárticas envueltas en una sutil belleza plástica, acompañada de la sencillez de la palabra. Escribir sencillo es lo más difícil del mundo. Y expresar con sencillez, belleza y sensibilidad la complicación que encierra la condición humana, una tarea destinada sólo a unos pocos genios. Tras repasar las páginas de cualquier libro de Matute, uno no tarda en darse cuenta de que cada palabra está escogída, y es ésa, única y bienhallada, que sólo la Matute (como ella gusta llamarse a sí misma) podría haber colocado justo en aquel párrafo y en aquella línea.

A sus 85 años, y llena de humildad y sabiduría, Ana María recibió el galardón que seguramente llevaba mucho tiempo esperando. Durante los últimos años, Matute ha sido la eterna candidata; y sus seguidores acabábamos, cada año, un poco decepcionados, cuando pasaba de largo la oportunidad.

Matute pronunció, como suele, uno de sus memorables discursos (también siempre sencillos, pero profundamente cuajado de sensibilidad e inteligencia). Dejó sin pestañear a los presentes mientras explicaba que no hay mayor veracidad que la que contiene una historia inventada, hablaba de lo que sintieron los niños de la postguerra española, que hubieron de vivir una realidad que superaba cualquier ficción (“la generación de los niños asombrados”); y de cómo nació su vocación por la literatura, al contemplar una chispa de luz azul que se desprendió un día de un terrón de azúcar en sus manos. Mencionó a Gorogó, el muñeco que acompañó los tiempos de su infancia y que inspiró un tierno personaje de alguna de sus obras; un personaje –Gorogó- que la acompaña cada día y cada noche, en el recuerdo, como tenemos todos la suerte de vivir acompañados para siempre, si así lo decreta nuestra imaginación, por aquellas cosas que más hemos amado.

No se olvidó de elogiar el “érase una vez”, o lo que es lo mismo, la costumbre de leer desde bien niña, así como la sombra que dejó en ella la obra del Quijote –la muerte de Alonso Quijano en las páginas arrancó las lágrimas de aquella adolescente de 14 años-.

Sería imposible poner palabras a todas las emociones que despertó en mí Ana María Matute, desde que la conocí a través de una entrevista, y que he vivido intensamente de la mano de todos sus cuentos y novelas. Sólo me queda inclinarme ante la clarísima y humilde majestad de este ser genial, que ha marcado la vida interior de muchos lectores. Ella, como Gorogó, vivirá conmigo para siempre.

Felicidades por el premio, Ana María. Y por muchos años.