viernes, 15 de abril de 2011

Las pequeñas cosas


De entre los muchos placeres cotidianos que he aprendido a procurarme, uno de mis favoritos es contemplar a mi gata Mafalda. Siempre que la miro, me vienen a la mente unas cuantas reflexiones sobre la felicidad.

En opinión de algunos sabios, desear lo que no tenemos nos hace desgraciados. Tambiñen dicen que otra gran desgracia consiste en llegar a poseer justamente lo que habíamos estado deseando durante mucho tiempo. De modo que, por eliminación, podría concluirse que tal vez el secreto para ser feliz radica en poseer lo que no habíamos deseado nunca; o en desear lo que ya poseemos.

A esta reflexión sobre la vida, podría añadirse que la felicidad se parece bastante a un estado de serenidad ante las penas y alegrías que va trayendo, de forma connatural, la existencia. Y esa serenidad es, entre otras cosas, saber valorar y disfrutar las pequeñas cosas cotidianas y sencillas que tenemos al alcance de la mano.

Ahora que estamos en plena primavera -una estación jubilosa y radiante para unos; pero, para muchos, un periodo anual dedicado a la astenia, a la apatía y al cansancio-  debemos encarar la melancolía con grandes remedios: aseguro que la visión improvisada de esta belleza felina, emergiendo por detrás de las flores de mi ventana, y la ocasión de poder disparar una foto, me ha traído alegría para muchos días. La hermosura está escondida o, a veces, evidente, entre las cosas pequeñas que nos rodean. Sólo hay que abrir los ojos del alma.

Esta es una invitación a mirar alrededor. Seguro que encontramos muchas cosas que ver, escuchar, oler,   tocar, degustar. Para salir de la apatía, también es necesario a veces ponerse "deberes". Ah, por cierto, que sean deberes siempre gratos.