domingo, 17 de abril de 2011

Pájaro en mano


Esta es la historia (real) de un pájaro acostumbrado a los humanos. Y de unos humanos (reales) acostumbrados a hacer con los animales lo que haría el propietario de cualquier objeto.
La mañana primaveral invita a hacer un descanso al aire libre, un café entre compañeros; media hora de charla antes de volver al trabajo, entre cafés, bocadillos, y terroncitos de azúcar en el platillo de la taza. El pájaro, que probablemente se escapó de alguna jaula, y está habituado a la presencia humana, no duda en acercarse, y posarse, de mesa en mesa, y hacerse el simpático, -vuelecito aquí, vuelecito allá; picoteo una miguita, pruebo las manzanas, mmm qué ricó el azúcar…-
El pequeño es gracioso y conquista la atención de los presentes. Tiene plumas color marrón atigrado, y algunos mechones amarillo canario. De hecho, parece un canario grandote, ve a saber qué especie será; por supuesto nadie de los presentes sabe demasiado acerca de pájaros, pero se divierten jugando a provocar al avecilla con trocitos de galleta o de fruta.
Por aquellas cosas de la vida de que una va siendo mayor y poco a poco conoce más de la condición humana, mentalmente juego a la apuesta: ¿cuánto tardará en querer atraparlo alguno de los presentes, y cuántos le secundarán?
Nos han educado desde niños para tener impunidad cuando pisamos arañas, atrapamos insectos para que mueran asfixiados e inanes en algún frasco de cristal, días después, en casa. Otras veces, nos traen algún infortunado pájaro atado a un hilo para que tiremos cuando intente volar, o simplemente salimos con los amiguitos a destrozar nidos, o nos meamos alrededor de un hormiguero. Algunos adultos aplauden estas gracias, en lugar de mostrar a sus hijos el misterio de la vida y de los ciclos naturales que se manifiesta aun en las criaturas más menudas. Nadie enseña a apreciar el pequeño milagro, ni el despliegue de belleza, aun en los bichos más feos, que supone la observación de su perfecta maquinaria y el modo en que se manifiesta ante el mundo.
En lugar de detenernos a admirar la grandeza del vuelo en libertad, preferimos achicar a una criatura a que sufra entre rejas, mientras sea nuestra. En lugar de prolongar el placer de la observación de un pájaro manso, no tarda en aparecer algún congénere humano que desea echarle la zarpa encima, o atraparlo tirando un trapo desde lo alto… y lo peor es la cantidad de compañeros que le secundan.
Suerte que en el reino animal, además de la gracia, la belleza y el donaire, existe la astucia y la capacidad de desplegar recursos para escapar de los depredadores; sobre todo, si son menos listos.