jueves, 21 de abril de 2011

Mujeres y agua



(BlancaMo. Publicado en el número 5 de la revista de vanguardia y tendencias “Fifty Easy”  www.fiftyeasy.com



Ninguna leyenda nos habla de encuentros de sirenas con mujeres. Nunca las necesitaron. Las sirenas nacieron de las mentes de los hombres de mar ante la imposibilidad de prescindir de la mágica dualidad que toda mujer encierra dentro. Quizás porque la gigantesca masa de agua que asola la vida de los marineros en sus interminables viajes no es menos agua que la pócima de fluidos consagrados a la vida que toda mujer alberga en su vientre.
Las primeras sirenas que se conocen son las que Ulises y sus hombres encontraron en los mares de la travesía homérica. Desde entonces, su canto ha seguido siendo la salvación y la perdición de muchos navegantes.
La atracción del hombre por el mar, remota y atávica, representa la sed de transformación, de intercambio, de reconocimiento y de conquista. Agua que transporta hacia el paraíso, que purifica, que regenera; agua que también arrasa y aniquila...
Herederas de esta doble condición son las mujeres de los mares. Hermosas tejedoras de leyendas, han servido a los hombres de la mar para librarlos de la muerte o arrastrarlos hasta ella sin piedad; para hacer sus viajes dulces o convertirlos en atroz pesadilla de lucha contra los elementos.
Dualismo, polaridad y ambivalencia son, pues, los misterios esenciales de las sirenas: precisamente las cualidades que el psicoanálisis asignó a los fantasmas del individuo creados por el miedo. Miedo fetal y letal que las madres del mar aplacarán acunando los espíritus.

HÍBRIDOS

La misión de las sirenas es atraer al hombre al agua mediante su canto; arrastrarle hasta un medio irrespirable que acabará causándole la muerte.
Si algún navegante logra resistirse al impulso, será la sirena quien perezca, por mucho que algunas mitologías se hayan obstinado en proclamar su inmortalidad.
Ulises sobrevivió al encuentro atándose con cadenas al mástil de su nave. Su tripulación esquivó el peligro preservando su sentido del oído con cera de abeja. Pero las sirenas que acecharon esta epopeya no fueron las mujeres-pez que todos estamos imaginando, sino mujeres-ave.
Durante el período clásico, la forma que adoptaron en todos los relatos es la de pájaro con cabeza femenina, con grandes alas y, a menudo, afiladas garras que en ocasiones eran zarpas de león. La transformación en pez se produciría unos cuantos siglos más tarde; aunque la condición de híbridos siempre les acompañaría.
En cualquier caso, su condición femenina les ha otorgado desde siempre la naturaleza poderosa de la maternidad: el poder creador y de regeneración de la condición eterna femenina que ya fue subrayado por Platón y Aristóteles.
La mujer y el agua cumplirán así un oscuro papel en el inconsciente masculino. Serán el símbolo de la vida, de la transformación y del nacimiento; necesarios para la conservación de la especie. Y, por otro lado, personificarán los innegables peligros del mar (metafóricamente, los propios peligros de la feminidad).

MUERTE

En las tumbas egipcias aparecen dibujos que atestiguan que la misión de los seres alados es la de transportar las almas de los difuntos.
Desde tiempos de los griegos, las sirenas asumen esta función de mediadoras entre la vida y la muerte. En narraciones literarias y representaciones plásticas, se ciernen con las alas desplegadas sobre los mares para transportar las almas de los navegantes hasta la morada eterna.
A partir de este concepto, durante todos los siglos pre-cristianos, son el símbolo femenino por antonomasia que decorará los frontis de las sepulturas, representándose como plañideras o como aves cantoras que acunan con sus notas el oscuro tránsito de las ánimas.
La ambigüedad sugerida por la figura de la sirena se jacta de nuevo del ideal de cualquier marinero: yo, mujer piadosa, dulce mitigadora del dolor por la muerte, soy la misma que te inducirá a tu perdición y a tu final mediante mi canto.
Y el navegante, mientras siga escuchando sus melodías, sentirá el arrebato de arrojarse a las aguas, a lo desconocido, a la propia oscuridad del vientre materno donde se oculta el enigma de la creación que, a la vez, está sirviendo para destruirle.

METAMORFOSIS

De cómo las aves con cabeza de mujer pasaron a ser torsos femeninos con cola de pescado, existen diferentes versiones.
Cuenta la tradición que las sirenas-aves fueron castigadas por las Musas por haber querido competir con ellas en su canto. Les arrancaron las plumas de sus alas para humillarlas, y a partir de entonces se convirtieron en anfibios para sobrevivir en el mar.
En el Liber Monstrorum, un manuscrito anglosajón del siglo VIII, donde se encuentra la primera descripción de las sirenas tal y como las conocemos en la actualidad: según este documento, fueron encontradas en el fondo de los océanos por Alejandro Magno cuando buceaba en busca del Agua de la Vida Eterna.
La apropiación de los símbolos clásicos efectuada por el cristianismo para adaptarlos a su iconografía, así como las corrientes misóginas de esta doctrina derivadas, acabaron definitivamente con las sirenas como aves. A partir de la instauración de la nueva religión, la figura de la sirena sufre un profundo descrédito y pasa a ser la encarnación del mal y de la tentación diabólica; el ente que, alejado ya de toda espiritualidad, solamente es capaz de incitar a los placeres carnales.
Sus funciones de portadoras de las almas, de hacedoras de música, su forma alada y carente de genitalidad pasarán a ser heredadas por la figura de los ángeles cristianos, que incluso las sustituirán físicamente en la decoración de los sepulcros, convirtiéndose así en los señores de los panteones que todavía perviven en la actualidad.
La mujer-pez tendrá a partir de ahora una leyenda negra sobre sus hombros: no sólo serán elementos de perdición a través del sexo, sino también portadoras de muerte eterna.

SEXO

Despojadas por los ángeles de sus atributos espirituales, el ideal de sirena se fortalece en un intenso componente carnal unido al sexo y al erotismo.
Si la fuerza masculina es energía de producción, la única e irresistible fuerza femenina será aquella más sutil pero no menos poderosa de la seducción. La seducción, más vigorosa que la sexualidad, trata de inmolar el deseo del otro.
Este juego de apuesta y de muerte arrastrará al navegante hasta el territorio líquido, húmedo y lascivo del fondo de los mares. Le sumergirá en la caverna del abandono al placer idealizado que acabará atrapándole en un círculo imposible.
El círculo del poder de la fecundidad, imán irresistible para el héroe que añora el cobijo en las tinieblas cálidas del vientre maternal.
Las hermosas sirenas, tentación de cintura hacia arriba en la representación de un sublime ideal de hermosura y procacidad, jugarán perversamente una vez más a la ambivalencia, porque de cintura hacia abajo están despojadas de vagina.
Será esta contradicción la mejor muestra del impenetrable femenino, del insondable misterio que toda mujer sigue siendo para el hombre a través de los tiempos. Objeto a la vez de seducción y angustia.

MÚSICA, ESPEJOS Y PEINES

A partir del Renacimiento, las representaciones gráficas de las sirenas irán afianzándolas en sus símbolos característicos y enriqueciéndolas con otros. Así, las mujeres-pez pasarán a ser frecuentemente dibujadas no sólo con arpas, laúdes y cítaras, sino también con un espejo en el que se miran a sí mismas; y a menudo utilizando un peine para arreglar su abundante cabellera.
Si los atributos musicales han sido, junto con la condición híbrida, los únicos rasgos que han pervivido en las sirenas desde su nacimiento para hacer de ellos un uso benéfico o maléfico, las mismas interpretaciones positivas y negativas derivarán del uso del peine y el espejo.
El espejo que portan las sirenas es de bronce, redondo, con un mango acabado en cruz; el mismo símbolo gráfico del planeta Venus utilizado también en genética para designar lo femenino.
Reafirma de este modo las cualidades primigenias de estos fantásticos seres. Mirándose en el espejo, las sirenas perseguirán sabiamente el conocimiento a través de la observación. Persiguen un encuentro consigo mismas, encuentro al que no se atreve apenas ningún humano, porque la realidad del espejo muestra fielmente lo que en él se refleja, despojado de halagos.
Sin embargo, esta función del espejo será malversada en otras interpretaciones, que aseguran que sólo es utilizado para deslumbrar a los hombres, y hacen hincapié en la falsedad de una imagen “reflejada”, que siempre es virtual y nunca real.
En cuanto al peine, servirá también como instrumento de seducción que ordene la sedosa cabellera. Cabellos que fluctúan y se derraman en cascada como la propia agua.
El vocablo “peine”, designado en latín “pectem”, significa “pubis”. Se pasa el peine para dominar la fiereza de los cabellos. Se ofrece el pubis para dominar la sensualidad animal del marinero que añora una mujer desde hace meses.
El símbolo se torna carne. La parte de connotación animal esgrimida por los críticos pugna por imponerse en una simbología que, mirada desde otro punto de vista, tendría cualidades cuasi-místicas.

LAS SIRENAS DEL SIGLO XXI

A lo largo de los tiempos, las sirenas han cruzado los mares de la literatura y la mitología, enmarañadas en hermosas aventuras o en cuentos terribles. Quizás gracias a  su cualidad de inmortales han logrado llegar a salvo hasta la costa de nuestra civilización, mar cibernético de hostil caldo de cultivo para la supervivencia de cualquier leyenda con algún aroma de romanticismo o malditismo.
Pero, sabias, no han querido relegarse a los cuentos para niños, y han saltado al asfalto. En el momento más insospechado, una sirena rompe el silencio de la noche en el corazón urbano. Es la bestia que grita. Una ambulancia, un coche de policía o de bomberos se deslizan rápido, desafiando a los semáforos, como fantasmas. Probablemente, una cuestión de vida o muerte. El monstruo legendario aúlla como un animal enjaulado. Ahora su prisión es la tecnología.
Este es el único canto de sirena que nos queda en la era de la postmodernidad, el último clamor impúdico capaz de situarnos frente a frente al abismo del miedo.

AGUA

Un ser humano asomado a la baranda de un navío. Una vorágine de nostalgia y de angustia atropella su corazón ante el azul espeso. Agua de mermelada. La visión representa a la madre prenatal, en cuyo seno de acolchada gelatina hemos dormido antes de emerger al aire y a la tierra.
El ser asomado al océano piensa en arrojarse. Sabe que ahogándose dormirá para siempre... busca quizás el estado letal posterior a la muerte como intuyendo en él la dulce letargia de la vida fetal anterior al nacimiento.
Somos seres de agua. Comenzamos a palpitar inmersos en la cueva mágica del líquido amniótico. La madre nos arroja al mundo y reaccionamos derramando lágrimas. Tres quintas partes del mundo en el que viviremos nuestra existencia están formadas por agua; y agua es el 85% de nuestro cuerpo.
No hay vida sin agua, como no habría vida sin mujer. La dualidad benéfica y destructora de la propia naturaleza del agua es la fuerza espiritual que recogen las sirenas en su significado. Mujer y agua. El canto de la sirena vive hoy en la parte más oscura de cualquier individuo. Ese mágico deseo de transformación que nos impulsa a navegar en un viaje a través de nosotros mismos en busca de cambio... aunque muchas veces ignoremos hacia dónde vamos.